Desde la Espalda del Sputnik: antecedentes de los satélites artificiales

Antonio Serrano

Fecha: 2014-07-01


Las fantasías no toleraban límites. Lo que hasta ayer sólo podía admitirse como sueño, aparecía como realidad de mañana. Se actualizaron las fábulas más remotas, se reconocieron las huellas de todos los mitos de la historia y se trajeron a la memoria los escritos que desde muy atrás anunciaban la esperanza de un ser humano liberado de su atadura a la tierra.”
Luciano de Samosata, Verdadera Historia                              

 

Según el Reglamento de Radiocomunicaciones de la UIT un satélite es un “cuerpo que gira alrededor de otro cuerpo de masa preponderante cuyo movimiento está determinado principalmente, y de modo permanente, por la fuerza de atracción de este último.” 


 
En general, podemos decir que un satélite es un objeto que orbita alrededor de algún cuerpo celeste. Los satélites surgen en la naturaleza y su movimiento e interacción con los cuerpos alrededor de los cuales giran u orbitan  vienen dados gracias “al balance existente entre la inercia del satélite al girar a alta velocidad y la atracción gravitatoria del cuerpo en órbita.”  Los planetas de nuestro sistema solar son un ejemplo perfecto de satélites. Nuestro Sol es el cuerpo de masa preponderante y la Tierra y los  otros planetas describen órbitas elípticas alrededor de este, manteniendo un equilibrio que se prolongará varios millones de años. De igual forma, la Luna es un satélite de la Tierra, en donde su rotación y traslación coinciden de tal forma que no podemos apreciar desde nuestro planeta la misteriosa cara conocida como el lado obscuro de la Luna.


 
Por otro lado, hablamos de satélites artificiales cuando nos referimos a objetos que no fueron diseñados por la naturaleza sino por el hombre y que ocupamos de distintas maneras y con diferentes finalidades, concepto que se hizo tangible el 4 de octubre de 1957, fecha de la puesta en órbita del primer satélite artificial: el Sputnik 1. Formalizando así la definición, “un satélite artificial es un aparato fabricado por el hombre y lanzado al espacio para girar de forma útil alrededor de la tierra o de algún otro cuerpo celeste.”
 


Podemos mencionar diversos tipos de satélites artificiales; los ejemplos más comunes y populares son los satélites de comunicaciones, artefactos que nos permiten usarlos como reflectores celestes con el fin de transmitir y propagar información como datos, voz o video hacia diferentes puntos sobre la superficie terrestre, sin embargo, es importante mencionar que la gama de satélites artificiales es tan amplia como los objetivos que se logran con su ayuda. Satélites científicos, meteorológicos, de exploración, de navegación, militares, de percepción remota o con fines tecnológicos son algunos ejemplos de estos.


 
La idea de concebir un artefacto como lo es un satélite artificial no se origina de manera espontánea en la mente de algún científico talentoso, de hecho, son diversas las personalidades  que plasman un primer esbozo de lo que en el futuro sería el marco teórico del que surgiría el primer Sputnik.

 


El primero de los antecedentes que anunciaba la aparición de artefactos girando alrededor de la Tierra fue el cuento “The Brick Moon”, escrito por el estadounidense Edward Everett Hale y publicado en la revista The Atlantic Monthly en 1870, el cual establece la primera idea conocida de un satélite artificial. “The Brick Moon” es un cuento escrito en forma de diario que gira en torno a la construcción y puesta en órbita de una esfera de 61 metros de diámetro construida con ladrillos que es lanzada al espacio con personas a bordo por accidente                  

 

Foto: Ilustración de “The Brick Moon”, publicada en 1870 

 

Foto: Ilustración de “Los 500 millones de la Begún"

 

Casi diez años después de esta publicación, en 1879, aparece la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begún”, en donde la literatura hace alusión nuevamente a la idea de los satélites artificiales, esta vez en la forma de una bala de cañón gigante. Esta novela nos muestra la capacidad de Verne de adelantarse de manera vertiginosa a su época pues podemos observar un cañón gigante diseñado por el profesor Schultze que dispara una gran bala destructora contra la ciudad de France-Ville. El proyectil sale disparado a una velocidad de 10 km/s y pasa por encima de su blanco sin volver a tocar el suelo, convirtiéndose así en un satélite artificial o, mejor dicho, en chatarra espacial: “Un proyectil, con una velocidad inicial de diez mil metros por segundo no puede caer!! Su movimiento de traslación, combinado con la atracción terrestre, genera un móvil destinado a girar por siempre alrededor de nuestro planeta.” 
 


Tiempo después, a finales del siglo XIX, el científico ruso Konstantin Tsiolkovsky expone diversas teorías relacionadas con la exploración espacial basándose en el uso de cohetes. Estas ideas son publicadas en 1903 bajo el nombre de “La exploración del espacio cósmico por medio de los motores de reacción”, trabajo en el cual calcula la velocidad orbital requerida para mantener una órbita mínima alrededor de la Tierra y establece el uso de combustibles líquidos con el fin de alcanzar mayores distancias. Aparentemente el concepto de órbita geoestacionaria fue originado por Tsiolkovsky  que, en 1895, inspirado por el esqueleto de hierro de la torre Eiffel, imaginó una estructura similar, pero construida en algún punto del ecuador y con una altura mucho mayor: 35,786 kilómetros. “Cuando un cuerpo gira alrededor de la Tierra, existe una estrecha relación entre la altitud de la órbita y el tiempo que tarda en darle una vuelta al planeta: cuanto mayor es la altitud, menor es la velocidad que se necesita para mantenerse en órbita y mayor es el periodo. De todas las posibles órbitas terrestres, la órbita geoestacionaria es aquella en que el objeto tarda exactamente 24 horas en dar una vuelta a nuestro planeta. Como la superficie terrestre también tarda ese tiempo en completar un giro, Tsiolkovsky se dio cuenta de que un objeto en órbita geoestacionaria se hallaría siempre sobre el mismo punto de la Tierra.” 
 


Más tarde, en 1928, el alemán Herman Potocnik publica su único libro “El problema del viaje espacial-El motor de cohete” en el cual establece el primer diseño arquitectónico de una estación espacial que podría orbitar la Tierra en una órbita geoestacionaria. Fue el primer hombre en darse cuenta de la importancia de esta órbita y en su publicación presenta varios cálculos detallados con relación a esta. Potocnik describe la idea de los satélites geoestacionarios y habla sobre la posibilidad de comunicación entre éstos y la Tierra con ayuda de la radio, sin embargo, no alcanza a visualizar la idea de usar éstos satélites en masa con fines de telecomunicaciones.

 

No es sino hasta 1945 que, cuando la idea de poder intercomunicar al planeta con la ayuda de satélites artificiales,  se establece y se populariza el concepto de órbita geoestacionaria. En este año el escritor Arthur Charles Clarke publica en la revista Wireless World un artículo técnico llamado “Extra-terrestrial Relays” en el cual propone el uso de tres satélites artificiales a una altura determinada sobre la superficie terrestre con el fin de poder obtener una comunicación global. Doce años después, como ya lo hemos mencionado, se lleva a cabo con éxito el primer proyecto satelital. El 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética pone en órbita el Sputnik 1, satélite de 83.6 kg, de forma esférica de 58 cm de diámetro  y que tuvo una vida útil de 21 días, destinado a obtener información sobre la concentración de electrones en la ionosfera y al mismo tiempo a inaugurar la carrera tecnológica espacial en la cual se ha visto envuelta la humanidad. Es así como comienza la era de la tecnología satelital, de los grandes cohetes, de la exploración espacial, de la ficción hecha realidad.    



Etiquetas: Viajes,espaciales

Revista Hacia El Espacio de divulgación de la ciencia y tecnología espacial de la Agencia Espacial Mexicana.