El periodismo científico en México tiene una larga historia que se remonta a la época colonial… pero que nunca se ha contado por completo porque ha faltado el investigador(a) que, con un trabajo minucioso y metódico, reúna todos los retazos o jirones de episodios que han conformado la más admirable trayectoria de una especialidad periodística que han ejercido destacados periodistas mexicanos.
Esa historia empezó hacia 1671, apenas cuatro décadas después de que apareció la Gazette de France, uno de los primeros órganos de difusión de la ciencia entre profanos, en el continente europeo, como refiere CALVO HERNANDO (1977), quien consigna que en ese medio se presentaba una relación de las reuniones que hombres de ciencias y artes tenían cada lunes en casa de Teofrasto Renaudot.
De acuerdo con ese planteamiento de periodicidad, los Lunarios, publicados por Carlos de Sigüenza y Góngora hacia 1672, constituyen el primer periódico científico en habla española, en su acepción de periodicidad, ya que se publicaron de 1672 a 1701 en la entonces Nueva España. En los Lunarios o almanaques de De Sigüenza “se conjuga el conocimiento tanto de la medicina como de los fenómenos relativos al tiempo, para hacer importantes pronósticos de temporales para la agricultura y la navegación” (ORTIZ, 2006).
Los Lunarios eran adquiridos principalmente por los habitantes de la capital del virreinato de la Nueva España, por lo que “creemos que los lectores de Sigüenza, peninsulares o criollos en su inmensa mayoría, e indios o castas, compartieron el mismo nivel socio cultural” (PERAZA-RUGELEY, 2011).
A este universo de lectores, Carlos de Sigüenza y Góngora dirigió sus almanaques, los cuales eran órganos para pronosticar el comportamiento de los astros y los fenómenos meteorológicos así como su posible relación con la medicina, la agricultura y mar […] Asimismo, aprovechó la circulación de este género efímero pero eficiente para educar a sus lectores, para que descubran las supersticiones astrológicas que solamente terminaban en histerias colectivas (PERAZA-RUGELEY, 2011).
Por estos antecedentes puede considerarse que en México nació la divulgación científica en habla española, por lo que no es de extrañar que en el siglo XVII y en los siguientes hubiera periodistas interesados en informar sobre el acontecer científico. En un recuento a saltos (faltan investigadores que descubran el camino andado por el periodismo científico mexicano después de los Lunarios), pues solamente tenemos documentados algunos hitos periodísticos; por ejemplo, se sabe que José Antonio Alzate y José Ignacio Bartolache fueron los principales periodistas científicos de la segunda mitad del siglo XVIII.
Lo que sí se conoce, como refiere SALADINO (1996), es que la prensa de la Ilustración latinoamericana “nació signada por los contenidos científicos. De manera particular otorgó amplios espacios a las informaciones de las distintas ciencias e incluso contempló rubros como los que conforman la historia de la ciencia”.
Sin embargo, la integración de información científica en la prensa mexicana de fines del siglo XVIII no es únicamente producto del Siglo de las Luces, sino que forma parte de una tradición periodística, ya “en 1693 apareció de manera efímera el primer Mercurio Volante puesto a la luz por el eminente Carlos de Sigüenza y Góngora” (SALADINO, 1996).
Se trata de los gérmenes del periodismo, en general, y del científico, en particular, aunque SALADINO (1996) lo subestime ya que considera que la información científica de la prensa de la segunda mitad del siglo XVIII y primera década del XIX permitieron crear la divulgación científica en Latinoamérica y no el periodismo científico, al cual define como “esfuerzo dedicado a interesar al público en temas de ciencia y tecnología”. Pero líneas abajo señala que en esas publicaciones se cultivó el “género literario de inspiración científica que entonces se redujo a la nota informativa, la reseña y el ensayo”. Por supuesto que la nota informativa es uno de los géneros informativos del periodismo y la reseña y el ensayo pertenecen al género de opinión del periodismo.
Al margen de esos comentarios, SALADINO (1996) destaca “el hecho de que las publicaciones periódicas ilustradas tuvieron preocupaciones legítimas de la época al manifestar recurrentemente que ocuparían espacios destacados las informaciones científicas”. Así lo testimonian los periódicos efímeros de esa época.
José Antonio Alzate publicó en 1768 el Diario Literario de México, que trataba asuntos científicos y ofrecía consejos útiles sobre agricultura, minería y otras disciplinas. Cuatro años más tarde, el sábado 17 de octubre de 1772, Bartolache publicó El Mercurio Volante, “con noticias importantes y curiosas sobre varios asuntos de física y medicina”, el cual fue uno de los primeros periódicos especializados en divulgar información científica. A la semana siguiente, el lunes 26 de octubre, Alzate puso en circulación el periódico Asuntos varios sobre ciencias y artes; posteriormente publicó Observaciones sobre la física, Historia Natural y Artes útiles, que más tarde se convirtió en la Gaceta de Literatura de México.
Sobre el nombre de esta publicación, que algunos lectores consideraban que su contenido no se ajustaba a su título, el propio Alzate refirió en el número fechado el 26 de julio de 1791:
Mas permítaseme decir, que estos Señores están muy distantes de conocer lo que comprehende una Gazeta de Literatura, y si se tomasen el trabajo de registrar las Obras periódicas que se han impreso con semejante título en la sabia Europa, hubieran visto como estas son unas especies de colecciones que se proponen ideas de todas clases de asuntos: discursos dirigidos al alivio del mas miserable Patán, mezclados con disertaciones sobre los mas sublimes cálculos de Astronomía (ALZATE, 1791).
Así, Bartolache y Alzate, entre otros editores y periodistas mexicanos, mostraban su interés por llevar el conocimiento a un mayor universo de lectores, como SALADINO (1996) reconoce:
el objetivo periodístico de interesar a los profanos en tópicos científico-técnicos, que engendró la divulgación científica […] el cultivo del aprecio de la época moderna por la ciencia y todo lo relacionado con ella, ya que era opinión generalizada que “El conocimiento científico es conocimiento probado…”.
A principios del siglo XIX, en 1805, aparece el Diario de México, fundado por Carlos María de Bustamante y Jacobo de Villaurrutia, que en su primer número estableció:
que estaba dirigido a un amplio público, de cualquier condición social y sexo, que tuviera la intención de divertirse, conocer las leyes, respetar a las autoridades y leer artículos que no tuvieran “materia de alta política y de gobierno”, como los avances en la ciencia, la industria, la agricultura y el comercio (DELGADO, 2000).
Bustamante y De Villaurrutia consideraban a la ciencia como ajena a la política, también había el temor de inmiscuirse en temas políticos, aunque la invasión napoleónica a España en 1809 y sus repercusiones en la Nueva España los llevó a fijar una postura sobre los derechos civiles y políticos. Aun así, la noticias científicas las trataban sin matices políticos: “El material científico continuó publicándose en el Diario, en el cual se destacaban los asuntos sobre los avances de la agricultura, las vacunas, la topografía de México, entre otros”, según consigna DELGADO, 2000.
Además de los testimonios de esos periódicos se tienen datos dispersos sobre el periodismo científico. Poco después de la guerra de Independencia no hubo mayor interés al respecto, si acaso se reeditaron las Gacetas de Alzate, como señala TRABULSE (1983), quien refiere que en esa época:
Otras revistas como la Biblioteca Mexicana Popular y Económica, la Revista Mexicana, el Mosaico Mexicano o el Museo Mexicano consagraron secciones de sus entregas a artículos científicos escritos con fines de vulgarización. Más especializadas, aunque de nivel no necesariamente más alto, fueron revistas tales como El Ateneo Mexicano, el Registro Trimestre y la Revista Mexicana, todas ellas anteriores a 1850 y de vida, por lo general, efímera.
A principios del siglo XX seguramente hay publicaciones de divulgación y periodismo científico, pero falta por hacer una investigación minuciosa y detallada de esos años y los siguientes, pasando por la etapa revolucionaria y la primera mitad del siglo.
A partir de la segunda mitad de la década de 1950 se tiene un poco más de información.
En 1957, al inicio de la era espacial, Juan José Morales, como muchos otros periodistas, se interesó por las hazañas de los soviéticos, pero además entrevistó a astrónomos y especialistas sobre la naciente tecnología espacial. De esta forma abrió espacio al periodismo científico, primero en el vespertino Diario de la Tarde del ya desaparecido Novedades, y posteriormente en otras publicaciones.
La calidad de sus trabajos fue apreciada por Fernando Benítez, quien lo invitó a colaborar en el suplemento México en la Cultura, del Novedades, donde se dio cabida a la ciencia y la tecnología. A partir de allí, Juan José Morales Barbosa se convirtió en uno de los precursores del renacimiento del periodismo científico en el país; por supuesto no fue una labor de misionero, sino que su trabajo mostró, de manera indirecta, la necesidad de informar sobre ciencia y tecnología en los medios nacionales.
En 1963 fue uno de los fundadores de la revista Contenido, dirigida por Armando Ayala Anguiano, la cual llegó a ser una de las mejores revistas de México. Allí, Juan José Morales fue pilar en reportajes especializados sobre ciencias, naturales, incluyendo la ecología. También escribió en los diarios El Día, El Universal y El Heraldo y las revistas Política, Mañana, Técnica Pesquera y Revista de Geografía Universal. Asimismo, produjo programas de radio para la UNAM y el Conacyt.
Tal vez lo más relevante fue que a principios de la década de 1970, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM creó la primera cátedra de periodismo científico, la cual impartió después Eduardo Monteverde (otro pionero del periodismo de ciencia de la segunda mitad del siglo XX) y posteriormente la cátedra desapareció.
En la década de 1960 otros periodistas y divulgadores publicaron trabajos sobre ciencia y tecnología en los medios. Por ejemplo, la página de ciencia de El Día, dirigida por Carmen Galindo, en 1965, donde en una época se publicaron muchos artículos de la revista Información Científica y Tecnológica del Conacyt, como refiere TONDA (2005).
En la siguiente década, el unomásuno y alguno que otro medio de circulación nacional, como Contenido, brindaron espacios a la divulgación de la ciencia. Al final de esa década, en 1979, se celebró en México el III Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, del 7 al 11 de octubre, convocado por la Asociación Iberoamericana de Periodistas Científicos.
A esa reunión asistieron periodistas procedentes de países que eran guía en ese campo, como Manuel Calvo Hernando de España, Arístides Bastidas de Venezuela, Julio Abramczyk de Brasil y otros dignos representantes del periodismo de ciencia de Colombia, Cuba y Canadá, así como representantes de la Unión Europea de Asociaciones de Periodismo Científico.
De México participaron personalidades del periodismo como Henrique González Casanova y Antonio Delhumeau, que si bien tenían conocimientos sobre el periodismo de ciencia no eran especialistas en la materia (ANUIES, 1979). Los integrantes de la Asociación Mexicana de Periodistas Científicos (Ampeci), ingenieros la mayoría, hicieron un gran trabajo de organización con Javier Vega Cisneros al frente, pero su asociación no estaba a la altura de las otras. Sin embargo, fue meritorio el esfuerzo que se hizo en ese tiempo, ya que por primera vez se reunieron en México periodistas de ciencia de otros países. La Ampeci, de la que fueron presidentes destacados miembros como Juan Rueda Ortiz y José de la Herrán, poco a poco fue perdiendo el impulso inicial hasta su extinción.
En esos años, diarios como Excélsior, Novedades, El Día, Ovaciones primera edición, unomasuno, La Jornada y revistas como Contenido y otras que surgieron con consejos útiles para educar a los hijos, ofrecieron en las décadas de 1970 y 1980 información sobre ciencia y técnica.
Así, se ha visto aparecer y extinguirse secciones de ciencia y columnas. Claro que han sobrevivido secciones, reporteros y columnistas que persisten en esos espacios con buena calidad y mucho tesón. En las dos últimas décadas del siglo pasado, diarios como La Jornada, Reforma, La Crónica de Hoy y El Financiero crearon secciones de ciencia, algunas de efímera existencia y otras que aún persisten. En revistas, Contenido sigue con sus secciones de ciencia y tecnología, Siempre! dedica semanalmente espacio al acontecer científico y tecnológico.
Pero falta reseñar la labor de periodistas y divulgadores en otras entidades federativas, tanto en los diarios y revistas como en las universidades, donde se empezaron a crear algunos de los grupos sólidos de divulgadores científicos que ahora tenemos.
De forma extracurricular se impartieron cursos y talleres, incluso diplomados, sin que se les reconociera su justo valor académico, pero que en la práctica han dado muy buenos resultados, pues han contribuido a la formación de periodistas y divulgadores de ciencia.
En mayo de 1994, en la Universidad del Claustro de Sor Juana, por iniciativa de Lidia Camacho, en ese tiempo al frente de Extensión Universitaria, tuve la oportunidad de diseñar y coordinar el primer Diplomado de Periodismo Científico en México, que impartió un grupo de periodistas científicos en activo, los cuales privilegiaron la enseñanza teórico-práctica pues su objetivo fue formar periodistas de ciencia que pudiesen ingresar al mercado laboral, como lo hicieron muchos de ellos, que a la fecha siguen ejerciendo tanto en medios periodísticos, como en instituciones dedicadas a la ciencia y la tecnología. El diplomado tuvo otra particularidad, estaba dirigido a estudiantes y profesionales tanto del área científica, como de la comunicación, de tal manera que se conformaron grupos heterogéneos en los que se complementaron los conocimientos de ciencia con los de comunicación, y se encontraron afinidades y puntos de encuentro entre comunicadores y egresados de las áreas científicas y técnicas.
Durante varios años, de manera irregular se impartió el diplomado, algunas veces con el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y otras sin él, pero siempre con la disposición y generosidad de los profesores de módulos como Javier Flores, Juan Carlos Villa Soto, Javier Crúz, Carmen Loyola, Héctor Anaya, Leonardo Schwebel, Rolando Ísita, Marco Julio Linares y Patricia Vega, así como de los profesores invitados, entre quienes se cuentan: Juan José Morales, Julieta Fierro, Marcelino Cereijido, José Gordon, Estrella Burgos, Rosalba Namihira y Patricia Magaña.
Con los cambios de administración, los funcionarios de la Universidad del Claustro de Sor Juana perdieron el interés, y este diplomado pionero se extinguió, pero sus egresados han contribuido a fortalecer la divulgación y el periodismo de ciencia en el país.
El diplomado que persiste es el de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, de la UNAM. En cuanto a maestrías, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO) forma maestros en Comunicación de la Ciencia y la Cultura.
En cuanto a asociaciones, además de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, A. C. (Somedicyt), fundada en 1986, que reúne principalmente a divulgadores, se cuenta con una nueva sociedad de periodistas, la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia (RedMPC), creada en 2016, que ha reunido en poco tiempo a periodistas, divulgadores e investigadores de la comunicación de la ciencia, en una asociación largamente anhelada desde fines del siglo pasado, que por fin se ha concretado.
Con estos esfuerzos se podrán reunir los jirones que darán forma a la trama histórica del periodismo científico.
*René Anaya
Ejerce el periodismo científico en publicaciones de circulación nacional. Es autor de dos libros y un ensayo. Impartió talleres y cursos sobre redacción y periodismo científico en varias universidades. Actualmente es articulista de la revista ¡Siempre! Es miembro fundador de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.