Siete años después del primer alunizaje tripulado por humanos en la Luna llega a Marte la misión Vikingo 1, hoy 20 de julio hace 45 años.
La ficción asoció a Marte con vida extraterrestre; novelas, películas y hasta alguna simpática serie de televisión (“Mi marciano favorito”) se produjeron al respecto. Una de las razones para hacer volar la imaginación fue la interpretación de los supuestos “canales” que durante muchos años se creyó que eran producto de vida inteligente, incluso algunos científicos a mediados del siglo 20 cuando la evidencia era sutil, así lo consideraban. Sin embargo, las sondas Mariner 4, 6 y 7, enviadas en los años ’60, acabaron con cualquier creencia de vida humanoide, al enviar fotografías y datos sobre las características de temperatura y presión atmosférica, mediciones logradas con sus sensores, además de fotografías de su superficie con claras huellas de cráteres de impacto. Finalmente, a finales de 1971 la misión Mariner 9, que logró colocarse en órbita alrededor del planeta, envió las suficientes evidencias fotográficas de que Marte tuvo un pasado geológicamente activo, con volcanes y rastros característicos de huellas causadas por líquido que fluye. Estos descubrimientos dieron paso a considerar que, en el pasado remoto quizá, pudo haber condiciones favorables para albergar vida.
Fig1. El divulgador y Astrofísico Carl Sagan, creador de la serie original “Cosmos”, posa junto a una maqueta del módulo de aterrizaje de la misión Vikingo, tomada en el desierto de Mojave en California USA. (NASA)
El siguiente reto, era bajar explorar la superficie del planeta. Podemos decir que Marte es un cuerpo “escurridizo”, dado que más de la mitad de las misiones enviadas a este, se han perdido, algunas por que pasaron de largo y otras porque se destruyeron al chocar contra el suelo marciano, o presentar algún desperfecto que les inhabilitó. Así se desarrolló la misión “Viking,” una misión dual que consistió en una combinación de dos naves orbitando alrededor del planeta con dos sondas de exploración que descenderían en 1976 a posarse sobre la superficie para analizar los componentes del suelo y el comportamiento del clima marciano.
La construcción de las naves presentó retos importantes para la época, al no querer que llevaran contaminantes desde la Tierra, dado que la misión buscaría rastros de vida, se debía evitar a toda costa que la nave llevara algún tipo de polizón orgánico, que echara a perder las investigaciones. Por lo que se tomaron medidas para descontaminar la nave desinfectándola y “cocinándola” a 111º C en una atmósfera de nitrógeno durante 40 horas. Entonces los materiales con los que se fabricarían las sondas deberían resistir estas condiciones, lo cual significó un largo proceso para encontrar las piezas que cumplieran con las normas impuestas.
El peso final de las naves fue otro reto dado que alcanzó los 3,527 Kg con todos los instrumentos diseñados para obtener los datos que los investigadores estaban deseosos de procesar. Por lo que se requirió del lanzador capaz de levantar ese peso: el Titán IIIE con una segunda etapa Centauro, que a la fecha era el más poderoso. Después de una travesía de 304 días, el Vikingo 1 llegó a Marte y descendió coincidentemente el 20 de julio en la región conocida como Chryse Planitia. El Vikingo II, que despegó veinte días después, descendió el 3 de septiembre en Utopia Planitia.
Fig. 2. La primera fotografía del suelo marciano enviada por la sonda viking 1 (NASA)
Las dos naves espaciales, llevaban cada una, instrumentos diversos. Por ejemplo: los orbitadores llevaban cámaras fotográficas, un espectrómetro infrarrojo para detectar agua en la atmósfera superior y un radiómetro para detectar y cartografiar los cambios de temperatura de la superficie. Así mismo adosados a la cubierta de la sonda de aterrizaje, un espectrómetro de masas realizaría mediciones en la atmósfera superior y los sensores de temperatura, presión y densidad servirían para captar datos de la atmósfera durante el ingreso al planeta.
En tanto los módulos que se posarían sobre la superficie, los más avanzados de su tiempo, incluían cámaras fotográficas, un espectrómetro de fluorescencia de rayos X, un sismómetro, una estación meteorológica y lo más importante un laboratorio de pruebas biológicas; el corazón de la misión.
Cuatro tipos de pruebas se realizaron en este laboratorio para detectar signos de vida: 1. Detección de compuestos orgánicos, 2. Detección de gases producto de procesos orgánicos, 3. Detección de productos del metabolismo de microorganismos y 4. Detección de procesos de incorporación de nutrientes y su transformación por ejemplo como en la fotosíntesis.
Es importante aclarar que todas estas mediciones se realizarían de manera automática con supervisión a distancia desde la Tierra, es decir que el laboratorio estaba robotizado, si se permite la expresión. Para incorporar las muestras del suelo al complejo laboratorio se empleó un brazo robótico.
A pesar de que la misión fue diseñada para una duración de apenas tres meses dadas las condiciones adversas prevalecientes en el ambiente marciano, los resultados de la misión fueron buenos y variados: Los orbitadores que operaron varios años, no solo meses, lograron cartografiar el 97% de la superficie con una resolución de 300 metros. En el caso de las sondas que aterrizaron, enviaron a la Tierra varios miles de fotografías y monitorearon las condiciones climatológicas durante varios años también. A pesar de que los instrumentos del laboratorio biológico detectaron compuestos orgánicos, los científicos desecharon los resultados aduciendo posible contaminación en la Tierra por residuos de los líquidos con que desinfectaron el aparato. No sería sino años después, que un científico mexicano el Dr. Rafael Navarro de la UNAM, le demostrara a la NASA que las mediciones tomadas por los “Viking” eran correctas. Eso le valió para que fuera invitado a colaborar con las misiones Curiosity y Perseverance, ahora realizando recorridos y análisis en dos sitios distintos en la superficie de Marte. Los que conocimos al Dr. Navarro, excelente persona y buen amigo, lamentamos su perdida este año a causa del Covid-19. La NASA le rindió un homenaje, poniéndole su nombre a una montaña en el cráter Gale, donde el Curiosity sigue buscando signos de vida.