El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite artificial al que llamó Sputnik I. El mundo quedó estupefacto ante tal hazaña científico-tecnológica, tan increíble como inesperada. La ola de incredulidad se expandió arrolladora por centros de investigación, universidades, medios de comunicación y, de ahí, a grandes masas del pueblo.
Las ideas básicas que habían conducido a la construcción de los cohetes portadores del Sputnik I habían sido desarrolladas por la inspiración de algunos pensadores de primer orden, entre los que habían destacado el teórico ruso Konstantin E. Ziolkovski con su obra de 1903 ; el también teórico alemán Hermann Oberth con su trabajo de 1923 , y el alemán Wernher von Braun con sus complejos trabajos técnicos en la Alemania Nazi de las décadas de 1930 y 1940.
La ciudad de San Luis Potosí no había escapado a la atracción que ejercía elambiente provocado por los vuelos espaciales. Así pues el primer paso hacia el uso práctico de cohetes lo dio el Dr. Gustavo del Castillo y Gama en 1955, recién llegado de los Estados Unidos después de haber obtenido su doctorado en física nuclear en la Universidad de Purdue, en Indiana. Gustavo pensaba que, bajo condiciones favorables, se podía provocar la lluvia mediante la detonación de cargas explosivas en el seno de las nubes. Esta idea se le había ocurrido al observar que en los noticieros que trataban sobre el cañoneo en las batallas de la Segunda Guerra Mundial generalmente tenían lugar bajo tiempo lluvioso. De ahí Gustavo infería que la lluvia era provocada por las fuertes detonaciones de las cargas explosivas. En términos científicos, este fenómeno se explicaba considerando que una fuerte explosión en las nubes hacía que las pequeñas gotas de agua suspendidas en la atmósfera se aglutinaban, dando lugar a gotas más grandes que caían al suelo por gravedad.
Para probar sus ideas, un buen día se puso de acuerdo con unos coheteros de pueblo, y se dirigieron a las orillas de la presa de San José, donde las nubes estaban relativamente bajas. Ahí hicieron explotar algunos cohetes. La respuesta del cielo fue positiva: empezó a caer una ligera lluvia. La reacción de los coheteros pueblerinos fue de sorpresa. Los más sorprendidos consideraron que el fenómeno había sido un acto de magia. Este experimento, ocurrido a mediados de 1955, despertó en Gustavo el deseo de someterlo a la investigación científica.
Una oportunidad de oro para profundizar en sus experimentos se le presentó cuando, el 5 de marzo de 1956, fueron inaugurados la Escuela y el Instituto de Física de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. El problema principal para la experimentación con cohetes de pueblo era que la altura máxima alcanzada era muy reducida, generalmente menor a 100 metros, lo que representaba un alcance mucho menor a la altura donde las nubes presentan condiciones favorables para producir la lluvia y, en consecuencia, para llevar a cabo experimentos exitosos se requería alcanzar alturas que rebasaran los 500 metros. Pero ahora, contando con el apoyo que ofrecía la UASLP, era posible alcanzar las alturas deseadas.
La primera idea de interés para construir cohetes de gran altura se encontró en un artículo aparecido en la revista Scientific American que era una revista de divulgación popular. Ahí se describía una manera sencilla de construir cohetes que fácilmente podrían alcanzar alturas mayores a los 500 metros. Este fue el detonador que encendió el entusiasmo de Gustavo, y puso manos a la obra.
Para la construcción de los primeros cohetes se contaba con el apoyo de un modesto taller mecánico y eléctrico; además, se contaba con los servicios de un mecánico profesional, quien era auxiliado por los alumnos de la Escuela de Física, principalmente por el entusiasmo de Juan Cárdenas Rivero.
Mientras esto sucedía, Gustavo echaba a volar su imaginación. Él era un especialista en radiación cósmica, con un interés especial en el registro y análisis de trayectorias de partículas cósmicas que llegaban a la atmósfera terrestre desde el espacio extraterrestre. Por lo tanto, si contaba con instrumentos que pudieran alcanzar grandes alturas, podía hacer estudios de la radiación cósmica mediante el uso emulsiones fotográficas. Además, los nuevos cohetes se podrían utilizar para hacer estudios meteorológicos a grandes alturas.
Guiados por estas ideas, se empezó a construir el primer cohete. Al final de la etapa de construcción, se contaba con un cohete que tenía las siguientes características: El depósito de combustible que servía a su vez de cámara de combustión estaba hecho de tubería de acero para altas presiones, de 1.10 metros de longitud, 5 centímetros de diámetro y 1.6 milímetros de espesor. El combustible consistía en una mezcla de azufre y zinc en polvo. Los gases de la combustión eran expulsados a través de una tobera de acero inoxidable. En la parte inferior, tenía tres aletas de aluminio para la estabilización del vuelo. La cabeza del cohete estaba formada por una cámara cilíndrica de aluminio rematada por una ojiva sólida de madera. (Esta cámara sería usada para alojar un paracaídas en experimentos posteriores.) Adheridas al cuerpo principal, había dos abrazaderas metálicas que servían para guiar el cohete por el riel de deslizamiento de la torre de lanzamiento.
El primer lanzamiento exitoso tuvo lugar el 28 de diciembre de 1957, en terrenos de un campo de golf situado a 14 kilómetros de la periferia de San Luis. Ahí se había instalado una torre de lanzamiento de 4 metros de altura. Para estar a salvo de posibles explosiones, a 30 metros de la torre se había excavado un amplio refugio, en forma de trinchera rectangular que estaba cubierta de gruesos tablones de madera. Este refugio servía, además, de centro de control y observación. Ese día, un cohete, que recibió el nombre de “Física I”, de 8 kilogramos de peso y 1.70 metros de longitud se elevó hasta una altura máxima de 2,500 metros. El éxito alcanzado por el primer cohete era una demostración de que de que este tipo de cohetes podría ser utilizado con los fines científicos que perseguía Gustavo del Castillo, en las áreas de la radiación cósmica y la meteorología.
La etapa siguiente fue el desarrollo de un paracaídas con su dispositivo de acoplamiento al cuerpo del cohete. Esta era una etapa fundamental para la recuperación de la instrumentación científica que se pensaba utilizar en los cohetes del futuro. Si esta etapa era desarrollada con éxito, significaba que se podía entrar de lleno al terreno de la investigación científica, ya que se pensaba que los cohetes del futuro llevaran una carga útil de tipo meteorológico, así como placas con emulsiones fotográficas para la detección de rayos cósmicos.
Esta etapa fue desarrollada en cuatro meses. Para la fabricación del paracaídas se usó una tela que había sido utilizada en un globo sonda meteorológico de fabricación estadounidense que había caído intacto en Chihuahua.
La parte más laboriosa fue el desarrollo de un mecanismo que permitiera desplegar el paracaídas cuando el cohete alcanzara su altura máxima. Para este fin, fue necesaria una serie de pruebas hasta tener la seguridad de un funcionamiento correcto del mecanismo.
El paracaídas con su mecanismo de operación fue alojado en un espacio particular en la parte superior del cohete. De esta forma, el cohete quedó listo para realizar la primera prueba, la cual se llevó a cabo en el mismo terreno donde había sido lanzado el primer cohete. La prueba resultó todo un éxito. Todos los mecanismos funcionaron a la perfección. Ese día, el grupo de física de la UASLP entró de lleno en el terreno de la investigación científica en el área de la meteorología y la radiación cósmica, haciendo uso de cohetes de gran altura.