"Dar a los hombres el gusto por la libertad, no el de la eternidad".
Cuando Galileo Galilei demostró que la gravedad atraía por igual a todos los objetos en la tierra, no le creyeron. En ese entonces podría entenderse ya que ante la pregunta ¿qué tocará primero al suelo, si desde lo alto de un edificio se dejan caer simultáneamente un martillo y una pluma?, la respuesta generalizada tenía que ver con lo observado, el martillo llegaría antes. Hoy, casi todos saben que esto ocurre así porque al descender, el aire opone mayor resistencia a la pluma que al martillo.
Estaba por terminar el siglo XVI cuando Galileo decidió contradecir la milenaria teoría de Aristóteles que afirmaba “los cuerpos más pesados caen más rápido que los ligeros”. El famoso experimento de Galileo de tirar objetos de diferente peso desde la torre de Piza, en realidad lo realizaron otros estudiosos del tema, entre ellos el astrónomo jesuita Giovanni Battista Riccioli. Lo más importante de esas experiencias fue que se comenzaban a probar experimentalmente las teorías de Galileo y muy pronto, todo este conocimiento sería fundamental en las investigaciones del entonces recién nacido Isaac Newton... la tierra atrae a todos los objetos con una fuerza exactamente igual.
“Donde los sentidos nos fallan, la razón debe intervenir”
EL COMANDANTE SCOTT
De los 12 astronautas que pisaron la luna, sólo quedan vivos cuatro y uno de ellos es el comandante David Scott. Este experimentado piloto, que voló tres veces por el espacio, inició su carrera de manera accidental al lado de quien más tarde sería el primer hombre en caminar sobre la luna, Neil Amstrong. Una de las cuestiones más importantes para efectuar el viaje lunar, y poder concebir la permanencia del hombre en el espacio, implica el acoplamiento óptimo de naves y Scott estuvo en el primer intento americano por lograrlo, en marzo de 1966, entre la cápsula Géminis 8 y la nave Agena. Aunque este vuelo estuvo plagado de problemas, exactamente tres años después, Scott regresó al espacio para repetir maniobras de encuentros espaciales mucho más complicados, el reto ahora era entre el Apolo 9 y el nuevo módulo de excursión lunar, y esta vez todo salió perfecto. Se estaba probando una nave idéntica a las que, más adelante, harían posible descender seis veces en la luna, de hecho fue en la misión Apolo 15, en 1971, cuando Scott incursionó en el "Mare Imbrium", el segundo cráter de mayor tamaño de la luna. Ahí, junto con James Irwin, recorrió durante tres días varios paisajes lunares, entre ellos la sinuosa grieta de Hadley, a bordo del flamante Lunar Rover. Era la misma superficie que Galileo había observado con su telescopio cuando entendió que la luz lunar “era prestada” y que las imperfecciones observadas en ella se debían a que nuestro satélite tenía montañas, incluso propuso que podían medir unos 7 mil metros de altura.
Cuando fui por primera vez a Cabo Kennedy para presenciar el lanzamiento del Apolo 12, el segundo viaje tripulado a la superficie lunar, en medio de las actividades que rodeaban el evento hubo una conferencia del astronauta David Scott que en ese momento era el comandante substituto de ese mismo vuelo. Al terminar su plática, lo abordé para contarle lo “enormemente importante” que era el trabajo que nosotros, unos humildes estudiantes universitarios mexicanos, tratábamos de hacer con nuestros cohetes en un país subdesarrollado tecnológicamente, y creo que le di cierta lástima porque, al concluir mi planteamiento, le pidió a un asistente le acercara un sobre amarillo y me lo obsequió, contenía un folleto explicativo del viaje lunar, varias fotografías y una réplica de la placa conmemorativa que, apenas unos meses atrás, habían dejado en la luna sus compañeros del Apolo 11.
“Aquí llegaron a la luna hombres del planeta Tierra. Julio 1969 D.C. Venimos en paz en nombre de toda la humanidad”, la placa estaba firmada por los tres astronautas del vuelo y el presidente en turno Richard Nixon, ese obscuro personaje que unos años después, el 9 de agosto de 1974, tendría que renunciar a su cargo presidencial como epílogo por su participación en un escándalo político, había encubierto el robo de documentos de sus contrincantes demócratas, perpetrado en un edificio llamado Watergate. Resulta irónico que precisamente Nixon, que impuso su firma en la placa lunar, lejos de fomentar la continuidad del programa espacial, recortó su presupuesto tan drásticamente que dejó sin volar a varios cohetes Saturno V, con todo y sus naves Apolo que ya estaban listas para ser tripuladas y efectuar las misiones lunares originalmente planteadas.
El 12 de septiembre de 1962, solemnemente, John F Kennedy había anunciado “en esta década llegaremos a la luna” y diez años después Nixon determinó “en este siglo nadie más regresará a nuestro satélite”, lo que hasta hoy se ha cumplido.
La historia del astronauta David Scott viene al caso porque tres y medio siglos después del planteamiento teórico de Galileo acerca de la gravedad, el 31 de julio de 1971, parado sobre la superficie lunar, comprobó ante millones de espectadores televisivos tan importante descubrimiento. Todos vimos caer simultáneamente, sobre el polvoso suelo lunar, la ligera pluma de un halcón junto con el pesado martillo y fue evidente cómo, sin la presencia de una atmósfera lunar que frenara de manera diferencial a los dos objetos, ambos llegaron al suelo justo al mismo tiempo. Así, una vez más, quedó demostrado que la gravedad en la tierra y en la luna, se ejerce parejo sobre todo lo que tiene encima.
EL GALILEO DE BRECHT
Eugen Bertolt Friedrich Brecht fue un enorme creador de historias para los escenarios, ahí reflejó la cruda realidad del mundo que le tocó vivir, perseguido tanto por los nazis como por el “mundo libre” americano, tuvo que cambiar constantemente de país para poder contar su verdad.
A punto de comenzar la Segunda Guerra Mundial, en su Alemania natal, pensó que la historia de vida del científico italiano podría servir como ejemplo para hacer reflexionar a su público sobre la importancia de obtener la verdad a través de la razón, además de no permitir que dicha información fuera monopolizada por cualquier totalitarismo.
Galileo es, desde la óptica de Brecht, un hombre que lucha por encontrar la verdad a través de una nueva metodología, la ciencia, sabe que su búsqueda no debe ser sólo la del saber por el saber, sino que juega otro papel fundamental, un necesario planteamiento ético, por encima de todo hay que pensar en el progreso de la humanidad. El gran dramaturgo enfocó su trabajó teatral para que fuera de utilidad, dada la importancia de cambiar las actitudes negativas de la gente, siempre quiso que el espectador razonara y sabía que el teatro era una vía importante para dibujar poéticamente la realidad. De manera frontal, Bertolt Brecht buscó provocar las conciencias, se preocupó porque el espectador entendiera su entorno social, en pocas palabras, se dedicó a revolucionar el arte del teatro.
“Leben des Galilei” es una obra que Brecht reescribió tres veces: bajo el nazismo, después del fin nuclear de la guerra en Japón y a mediados del siglo XX, en plena guerra fría.
En la argumentación teatral de esta obra incluyó cierta crítica hacia el poder, pensando tanto en la época de Galileo como en los tres momentos en que la reescribió. Brecht sabía que el caso del astrónomo italiano podía ser el ejercicio perfecto para que el público hiciera suya una máxima muy importante, “la verdad no debe ser monopolizada por el poder”.
En las diferentes dramatizaciones de la obra, a veces interrumpidas por letreros y unos coros de niños que van ubicando las diferentes situaciones, Galileo explica la teoría heliocéntrica de Copérnico, muestra su versión mejorada del telescopio y describe sus observaciones sobre cómo las lunas de Júpiter giran a su alrededor. A lo largo del montaje teatral, defiende sus ideas ante todos, especialmente frente el Santo Oficio y siempre quedan muy claras las profundas implicaciones de los hechos que va mostrando. En realidad toda su argumentación va dando lugar al nacimiento de la ciencia, misma que se basa en la comprobación de la verdad. Es evidente que este modelo contradice lo equivocado del pensamiento religioso, que entre otros dogmas ubicaba a nuestra tierra fija, en reposo en el cosmos, con todo lo demás girando a su alrededor, así como lo concebían en su tiempo Aristóteles y Ptolomeo.
Cuando la Santa Inquisición, en 1633, lo condena a un arresto domiciliario de por vida, después de su obligada abjuración acerca de la teoría heliocéntrica de Copérnico, no importa mucho si dijo o no el famoso Eppur si muove, (y sin embargo se mueve), porque, como lo maneja Brecht en su obra, cuando esas ideas comenzaron a resonar por las calles la gente empezó a razonar, y es entonces cuando comienza el verdadero renacimiento, cuando el conocimiento científico es discutido por la gente del pueblo se está iniciando uno de los más importantes cambios sociales.
En el año 2010, pensé que por todo el mundo se presentaría esta trascendental obra de Brecht, se estaban cumpliendo 400 años del célebre día en que Galileo apuntó su telescopio hacia el cosmos, cuando comprendió que si “unas cosas” giraban alrededor de otro mundo, sería el principio del fin del geocentrismo y el antropocentrismo... pienso que la fecha pasó algo inadvertida, por eso, a casi 10 años de distancia los invito a conocer la historia del gran matemático, astrónomo, filósofo y físico italiano, a través de una magnífica versión cinematográfica que profundiza en la importancia de su trabajo.
Esta película la encontrarán de manera gratuita en Internet. Me refiero a la obra del cineasta William Losey, producida en 1974, la más perfecta adaptación al cine de la gran creación teatral de Bertolt Brecht. “La vida de Galileo” es un film impecable en donde se respeta el montaje del escritor, ahí el actor Chaim Topol personifica, con perfección histórica, el genio del científico italiano, es un esfuerzo artístico que analiza lo profundo del compromiso sociopolítico siempre presente en los trabajos de Brecht. La producción de Losey es un buen ejemplo de una obra que hoy, quizás más que nunca resulta necesaria, y que además por si fuera poco, es antisolemne y muy divertida.
UNA RESOLUCIÓN TARDÍA
La justicia divina es lenta, tuvieron que pasar exactamente tres siglos y medio del fallecimiento de Galileo para que una comisión papal reconociera el enorme error que sus antepasados habían cometido ante sus importantes aportes astronómicos.
“La ignorancia es la madre de la maldad y de todos los demás vicios”
Galileo, cerca del final de su vida, estaba casi ciego, prisionero y sufría una terrible artritis, pero aún así logró terminar de escribir su obra más trascendente “Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias”, un 8 de enero del año 1634, en Arcetri, Florencia, dejó de existir, pero lejos del oscurantismo que lo rodeaba, 4 años después, Galileo renació al lograrse la publicación de sus revolucionarias ideas a cargo de la famosa tipografía de los Elzevir de Leiden, Holanda.
Hoy la imagen y el nombre de Galileo, a manera de permanente homenaje, se repiten por la tierra y el cosmos, ahí están las famosas pinturas que muestran los pasajes más trascendentes de su vida, una misión espacial a Júpiter, el sistema europeo de radionavegación, su nombre en los satélites de Jupiter, un cráter en la luna y otro en Marte, un asteroide y una unidad de medida. Hay una película biográfica de Liliana Cavani, también está por ahí la ópera de Philips Glass y claro, “La vida de Galileo” de Beltrold Bretch, hecha cine magistralmente por William Losey, estos son algunos de los ejemplos que pueden hacernos recordar aquello que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer apuntó de manera certera:
“Toda verdad pasa por tres etapas: primero es ridiculizada, luego, violentamente rechazada, y finalmente, aceptada como obvia”.
Joaquín Berruecos
Tlalpan CDMX
2 de septiembre del 2019.