Un 29 de agosto de 2009, hace diez años, el astronauta mexicoamericano José Hernández, se alistaba para viajar catorce días al espacio como tripulante del transbordador Discovery (OV-103) desde la rampa 39A del Centro Espacial Kennedy, en marco de la misión STS-128 (17A). El principal objetivo de la expedición era transportar siete toneladas de equipo y víveres a la Estación Espacial Internacional (ISS).
Después de once intentos fallidos para ser aceptado como astronauta de la NASA, logró `alcanzar las estrellas´ y viajar a veinticinco mil kilómetros por hora hasta el término de esta aventura. Pero su travesía empezó muchos años atrás cuando trabajaba con su familia en el campo, como agricultor. José Hernández trabajó en Stockton, una de las zonas más importantes para la agricultura en California Valley, sin embargo la educación fue muy importante en su familia y su padre lo impulsó a seguir sus sueños con total determinación y entusiasmo.
A los diez años de edad al presenciar la misión del Apolo 17, sintió por primera vez una inquietud muy grande por explorar el universo, que nunca lo abandonaría a pesar de las difíciles circunstancias que se le presentarían para lograrlo. Después de este acontecimiento, tuvo muy claro su objetivo y decidió que nada le impediría ser un astronauta.
José Hernández recuerda el momento más asombroso de esta misión: cuando estaba a punto de despegar la nave. La calma era la única sensación que lo invadía, se encontraba sentado con la mirada fija hacia el firmamento, por fin se había convertido en el ingeniero de vuelo, dentro de la cabina, asombrado ante un panorama que quedaría guardado en su mente por siempre. Él menciona que tenía la mejor vista de todos y aguardaba con tranquilidad la cuenta regresiva. Se encendieron las turbinas, se escuchó un ligero ruido, seguido de una vibración, a los dos segundos antes del despegue se prendieron los cohetes sólidos, el ruido se hacía ensordecedor y la vibración se podía equiparar a la de un terremoto de 9.0; de repente, se vislumbraba cómo se quedaba la plataforma y en ese instante se sentía lejana, un pequeño empujón era suficiente para salir del arrobamiento y saber que por fin se dirigía al Espacio. ¿Cuál fue el momento más bello de ese viaje? El astronauta cuenta que cuando dejó su asiento, flotó y miró por la ventana, por primera vez no vio al mundo fragmentado, se desvanecían las fronteras en los países y supo que tuvo que salir del planeta Tierra para comprender que desde allá arriba somos un todo y descubrirlo fue el momento más impactante de su carrera y de su vida. “Simplemente, no hay palabras que le hagan justicia a esa vista y a ese sentimiento”, afirmó.